viernes, 5 de marzo de 2010

Esos raros especímenes



No hace falta ser un observador brillante para darse cuenta que Nicholas Cage es un actor exagerado. Es más, no hace falta ser muy brillante para darse cuenta que Nicholas Cage es un actor sumamente exagerado. Es más, podría decirse incluso que antes que un actor exagerado, Nicholas Cage es un actor que no puede ni podrá ser nunca sobrio.
Una sobreactuación de Cage no es los mismo que una sobreactuación de Al Pacino o de Gerard Depardieu. Porque cuando Pacino o Depardieu sobreactúan, uno reconoce que ahí lo que hay es una actuación que es intencionalmente sobreactuada o que, en todo caso, es una actuación que un mal director decidió llevar inadecuadamente por la sobreactación. En el caso de Cage, sin embargo, sus actuaiones desbordadas y excesivas parecen más bien el resultado de una naturaleza actoral, de una imposibilidad de no ser exagerado. No importa lo capacitado que pueda estar el director en dirigir actores, sencillamente, hay una energía demasiado gigantesca en los movimientos de Cage, energía que cuando no está bien utilizada (y normalmente no lo está) puede derivar en interpretaciones directamente insoportables.
Frente a esto, algunos realizadores como Lynch o los Cohen optaron inteligentemente por aprovechar este histrionismo histérico de Cage para ponerlo en un mundo caricaturesco. De esta manera, la expresividad desmedida de Saylor en Corazón Salvaje o la mirada exageradamente torpe de H.I.Mcdunogh en Educando a Arizona no desentonaba con un mundo hecho de personajes demencialmente expresivos. Pero en Un Maldito Policía, misión en Nueva Orleans, el film del alemán Werner Herzog, Cage no está inmerso en un mundo caricaturesco. Si convive, de vez en cuando, con personajes paródicos (el hijo de un hombre poderoso) o que parecieran venidos de otro planeta (el personaje interpretado por el gran Brad Dourif) pero el Mcdounagh que personifica Cage está muchas veces frente a personajes de gesto adusto y sobrio, y lo que es más interesante, Herzog hace evidente que los gestos de estos personajes contrasten de manera importante con el rostro desencajado de Cage.
Ver sino como Herzog decide presentar por primera vez a Cage al lado de Val Kilmer y como cierra la película con un plano general de Cage sentado frente a un acuario y lado de un mozo. O ver sino la escena en la que Cage se encuentra, nuevamente, al lado de Val Kilmer y junto a un actor que hace de juez. Los tres se encuentran parados en una oficina, pero mientras dos de esos actores se encuentran parados normalmente, Cage está actuando hasta con el hombro para mostrar un nerviosismo por demás evidente. O ver sino el contraste que genera la expresividad descontrolada de Cage al intimidar al jugador de fútbol americano con su el rostro asustado pero sobrio de su víctima. En todos estos casos la cuestión es mostrar que Cage es notoriamente exagerado, que su forma de actuar es exagerada, y que esta característica actoral única es el reflejo interpretativo perfecto de un personaje que, como veremos más adelante, justamente se caracteriza por su valor de rareza absoluta.
Este Teniente Terence McDonagh tiene el mismo nombre y la misma profesión que aquel otro teniente Mcdonagh que hace casi veinte años interpretara Harvey Keitel para el film de Abel Ferrara. Si bien este teniente Mcdonagh, al igual que en la versión de Ferrara, tiene problemas con el juego y las drogas, a diferencia del McDonagh de Ferrara, el de Herzog no busca redención católica. Es más, más allá de que al principio del film el personaje de Cage empieza a rescatar un preso a punto de morir ahogado ni bien lo escucha rezar -acaso un momento de alusión a la película de Ferrara-, nunca se ve a esta persona expresando sentimiento místico alguno.
Es sumamente importante esto porque la religiosidad expresa una identidad compartida con otra gente. El hecho de que el Mcdonagh de Ferrara sea católico, es algo que hace que relacionemos al personaje con un pensamiento determinado, con un miedo y una fe (acaso la misma cosa) que esta persona comparte con muchas otras personas. O sea, que aún cuando el Maldito Policía de Ferrara podía ser especialmente violento, especialmente adicto y especialmente culposo seguía siendo alguien con inquietudes compartidas.
Sin embargo, el Maldito Policía de Herzog no se parece a nada ni a nadie, que puede emocionarse con un recuerdo algo bizarro de una cuchara enterrada, que ama a una prostituta pero que no teme cuernarla con todo lo que encuentra. Es un John Mcdonagh cuyas concepciones morales son impredescibles. Un Mcdonagh del que nunca se sabrá a ciencia cierta o no si cuando le dice a la persona que le salvó la vida que hubiera preferido no mojarse los calzoncillos está hablando en serio o no.
Una persona que cuando parece reformado (ver sino el final) se lo muestra como la misma persona que sale a intimidar jóvenes para buscar droga y buscar sexo ocasional. Una persona que puede jugar cruelmente con una persona que se está ahogando antes de salvarle la vida y que puede tener como compañero permanente un hombre muy violento como Stevie Pruit (Val Kilmer). Que puede no aceptar un soborno de 60000 dólares pero puede, después, cometer un acto de crueldad enorme al tener sexo con una mujer y denigrar a su novio a ver el acto. Que puede cuidar un perro pero luego no tener ningún problema en que le metan un tiro al animal. Es un Mcdonagh dueño de una moralidad contradictoria y extraña, una moralidad que a veces, incluso, la película puede volverla un misterio.
Ver sino el uso de la elipsis en este film. Herzog jamás nos muestra como rescató Mcdonagh al hombre ahogado, tampoco nos muestra como hizo para zafarse de que los maleantes pudieran tener sexo con su novia prostituta y tampoco nos muestra que hace exactamente con los dos jóvenes que para hacia el final de la película.
Todas estas acciones, que podrían definir una calidad moral del personaje son, o bien develadas verbalmente más adelante (el caso del hombre ahogado, el caso de si el protagonista entregó o no a su novia prostituta), o bien resultan una información negada (nunca se sabrá que hizo son los dos jóvenes del final). Son elipsis hechas para que justamente los costados nobles y bajos de Mcdonagh queden en el misterio y parezcan inestables. Mcdonagh no es ni bueno ni malo, es un personaje que comete acciones buenas y malas y por cuyo carácter a veces desalmado y a veces noble podemos llegar a creer y esperar cualquier cosa.
Quizás, si hubiera una posibilidad de comparar a Mcdonagh con algo, este algo es la Nueva Orleans. O mejor dicho, la Nueva Orleans que filma Herzog, la Nueva Orleans más primitiva y fea posible, metida en lo que puede ser el film más antiturístico de la historia.
Una Nueva Orleans post Katrina opaca, de la que no se ve (ni se menciona) el Mardi Gras, ni sus raíces jazzeras, una Nueva Orleans llena de personajes cansados o ridículos, donde hasta los mafiosos carecen de glamour, las estrellas deportivas tienen que ir a los barrios bajos para conseguir merca de mala calidad, en la que hasta las ceremonias religiosas son poco atractivas y donde el azar controla (para bien de algunos y el mal de otros) absolutamente todo. Es una Nueva Orleans donde hasta las ceremonias son poco atractivas (ver el funeral de las víctimas del narcotraficantes, un ritual filmado en plano general) y que a veces es filmada desde la perspectiva de las alucinaciones demenciales y ridículas que le da a Mcdonagh la cocaína barata.
Esta Nueva Orleans es, al igual que Mcdonagh, una cosa salvaje, impredescible e impresentable. Pero también es, a su modo, una Nueva Orleans que tiene el encanto de lo trash, de lo que no tiene nada que perder y que en su ruinidad pareciera despertar no sólo comicidad (Un maldito Policía... es, ante todo, una comedia absurda), sino además la dignidad de lo que es absolutamente diferente.
Después de todo esta Nueva Orleans herzoguiana, fea como es, dominada por la corrupción como es, y salvaje como es, tiene también una personalidad propia. Del mismo modo este Mcdonagh, desagradable e improvisado como puede serlo en algunas circunstancias, tiene el encanto de lo único, de lo diferente, algo que a Herzog, gran fanático de los personajes extraños, de esos especímenes que parecieran haber sido creados a contrapelo de la sociedad, siempre le han fascinado. Un Maldito Policía, misión en Nueva Orleans es su forma de construir un personaje querible y su forma de homenajear a una ciudad. Es, en suma, una carta de amor hipnóticamente enferma.

No hay comentarios:

Publicar un comentario