jueves, 25 de marzo de 2010

Fechas, secretos y ojos



Particularmente, no soy demasiado entusiasta de la idea de que se considere feriado al 24 de marzo. Que se entienda. Es bueno que se recuerde cada año que hubo en la Argentina una persecución ideológica aberrante y que exista un feriado que lo conmemore. Pero la elección de la fecha es, a mi entender, un tanto inexacta o inadecuada.
Si por mi fuera, la fecha a elegirse tendría que haber sido el 30 de octubre, día histórico en el cual los militares se vieron en la obligación de llamar a las elecciones y resignarse a un gobierno democrático. Fecha en la cual, además, se nos anunciaba a los argentinos la que sería la democracia más duradera en una historia no caracterizada precisamente por democracias duraderas (recuerdo siempre la humorada del historiador inglés Eric Hobbsbawn, cuando escribió que en Latinoamérica los golpes militares, más que un acontecimiento terriblemente excepcional parecían una tradición local) y fecha en la cual los argentinos empezamos a aprender, como sociedad, que hay ciertas atrocidades que no estaríamos dispuestos ya a permitir.
Pero bueno, reconozco que, en lo que a fechas patrias respecta, suele haber siempre en la Argentina un espíritu fatalista. Después de todo, hay que recordar que acá conmemoramos los días de defunción de los próceres y no los días de su nacimiento. Cuestiones culturales que, quizás, sirvan para explicar algún comportamiento social determinado y que yo, por mi parte, preferiría no interpretar demasiado por temor a caer en el reduccionismo.
Entonces, si lo que se quiere es conmemorar la muerte y persecución de unas personas, si acaso juntarlo con la felicidad de tener hoy una República pueda sonar algo irrespetuoso, me parece que la fecha debería haberse elegido no es el 24 de marzo sino el 21 de noviembre. Conmemorando que en esa fecha, en 1973, se produjo el primer atentado de la Triple A. Organización aberrante manejada por el nefasto José López Rega que durante el gobierno de Juan Domingo Perón se encargó de perseguir de manera brutal a cuanta persona de sesgo izquierdista existía por estas tierras.
Menciono esto y me es inevitable pensar en uno de los momentos más interesantes de El Secreto de sus Ojos de Juan José Campanella, la muy reciente ganadora del Oscar a la Mejor Película Extranjera. Allí se ve, en un momento, y con una imagen alterada de Isabel Perón, como el organismo represor del estado no empezó en el 76, sino tres años antes.
Como bien indica el crítico Javier Porta Fouz en la revista El Amante, este es un cambio muy importante y políticamente muy significativo que hace Campanella a la novela original de Sacheri (la misma, llamada La pregunta de sus ojos, transcurre en plena dictadura de Videla). Una modificación al libro original hecha para cuestionar un gobierno actual que, por un lado, está obsesionado con el tema de la Memoria, pero por el otro lado también está olvidándose de una parte de la historia argentina, de una persecución ideológica que empezó antes de Videla, Massera, Viola o Galtieri, y que tiene entre sus mayores responsables el que fue el mayor error de la historia del justicialismo.
No obstante, este es uno de los pocos rasgos interesantes o diferentes que tiene la película de Campanella a la hora de retratar el tema de la última dictadura militar y la figura del represor, porque en el momento de tener que lidiar con el retrato de las fuerzas represoras, Campanella elige, como tantas otras veces se ha hecho, el estereotipo más caricaturesco y banal.
Aquí los represores o cómplices de la represión son un violador y asesino psicópata, un juez soberbio y patético y un empleado lacayo que no tiene el menor problema en mandar dos bolivianos inocentes a la cárcel para resolver un caso. Los violentos del Estado, entonces, son personajes de una maldad infinita, asociados con otras personas de una maldad infinita para hacer actos de una maldad infinita.
Quizás es por esto que a Campanella no le importa, por ejemplo, que sus héroes puedan amedrentar a una de estas personas violentas en medio de un interrogatorio aún cuando esta se encuentre sin abogado. Y que tampoco le importe a Campanella llegar a un final en el cual, mediante el silencio final del personaje de Darín, se justifica un acto de justicia y tortura por mano propia a este mismo asesino.
Esta mirada sobre el represor como un "otro", como una bestia alejada de una sociedad no es nueva. En realidad, ha sido una marca común en la historia de la representación Argentina del represor. Se vio hace poco en el retrato grotesco de los militares en Televisión por la Identidad que produjo Te Le Fe, y se vio en el cine nacional, por tirar dos ejemplos muy célebres, tanto en la nefasta La Noche de los Lápices como en el otro film argentino ganador del Oscar llamado La Historia Oficial. Películas en las que la dictadura parece un organismo aislado, una organización formada por estereotipos ambulantes incapaces de que nos identifiquen o de que sean parte de una sociedad determinada.



Por supuesto, hay excepciones, una de las más conocidas fue Un Muro de Silencio de Lita Stantic, "film contestación" a La Historia Oficial que hablaba de la participación social en la dictadura. Por otro lado, también un film como Garage Olimpo huía del estereotipo del represor, para mostrarnos un torturador que podía ser inquietantemente humano. Pero todas estas películas no fueron grandes éxitos comerciales ni fenómenos masivos importantes.
Justamente, en relación a esto, estaba viendo Memorias de un asesino, la obra maestra del surcoreano Bong-Joon Ho. Este film, milagrosamente editado en la Argentina en DVD, guarda con la Argentina El Secreto de sus ojos varios puntos de conexión. Ambas películas son policiales, ambas películas fueron éxitos comerciales gigantescos en su país de origen, ambas películas tuvieron prestigio internacional, ambas películas tienen como escenario un régimen de derecha (Corea del Sur tuvo una dictadura de derecha muy violenta en los años ochenta y noventa), ambas cuentan con un violador y asesino al que hay que atrapar y hasta en ambas películas el acto de mirar a los ojos tiene una relevancia importantísima.
La diferencia entre uno y otro film (una de las tantas) es que mientras la película Argentina es narrada desde el punto de vista de una persona que sufrió la persecución por parte de los represores de turno, el film surcoreano comete la osadía de colocarnos en los últimos años de la dictadura surcoreana, pero poniéndonos desde el punto de vista de personas que representan al organismo represor.
En este caso Memorias... está narrado desde la perspectiva de dos detectives que tienen que investigar a un asesino en serie que ataca a mujeres de un pequeño poblado. Los dos detectives representan, en una versión más humanizada y hasta a veces ridiculizada, dos modelos de detectives cinematográficos: el policía racional y lógico por un lado, y el policía "duro" e instintivo por el otro.
Pero estos dos investigadores también representan el costado más aberrante de un régimen dictatorial, porque ambos investigadores muestran, cada uno a su modo, que han incorporado la violencia como algo totalmente natural en sus vidas. El detective duro emplea la tortura para sacarle "confesiones" a los sospechosos. Mientras tanto, el lógico, sólo desaprueba metodológicamente (nunca moralmente) lo que hace el otro detective, en tanto lo considera contraproducente para llegar a ver quien es el asesino. Este mismo detective racional, de hecho, no tendrá problemas luego en aplicar la violencia cuando sus métodos racionalistas terminen siendo inútiles para atrapar al criminal.
Lo curioso de la película es que lejos de estereotipar a estos dos investigadores los pone en situaciones en las que se revelan como seres humanos. Personas con sus miedos, sus sentimientos y sus códigos de honor, con su amor por la familia y sus amistades. Si hay una sensación que da Memorias... es que estos mismos detectives represores pueden ser cualquier hijo de vecino, y que su obrar violento no es sentido por ellos como algo necesariamente malvado sino como parte de una lógica represiva estatal.
Es inquietante ver esto porque, justamente, lo que el film propone es no pensar a la violencia como algo propio de psicópatas fácilmente identificables, sino como algo que puede salir de cualquier persona con códigos y afectos personales y algo que puede, incluso, naturalizase perfectamente en una sociedad que ha aceptado esta violencia como parte del sistema.
De esta manera la visión de Ho es, decididamente, mucho más terrible e inquietante que la que puede tener Campanella en El Secreto de sus Ojos, porque en esta posibilidad de ver al represor no como un "otro" sino como una persona más, persona que simplemente obra con violencia porque lo siente algo común y silvestre, puede existir en el espectador la idea de que esta coerción puede esconderse en cualquier lado y disfrazarse de cualquier ideología. Una violencia que puede terminar siendo aceptada incluso, inesperadamente, por una persona como nosotros.
Por eso es tremendamente significativa la figura del mirar a los ojos tanto en un film como en otro. En la película de Campanella se sostiene que existe una mirada determinada de asesino, una forma de descubrir a una persona malvada mediante la forma que tiene de mirar (ver sino como se descubre que una persona es un violador y asesino por el sólo hecho de mirar con deseo un escote). En Memorias..., en cambio, el policía duro termina descubriendo, con horror, que mirar a los ojos no sirve para descubrir un culpable, que no existen miradas o estereotipos determinados que identifique un psicópata. Que el mal, en suma, puede venir en cualquier envase y que no existe apariencia, ni forma de vida, ni afectos, ni ideología, ni códigos, que nos garanticen la inocencia o la distancia respecto de la más brutal de las violencias.
La ficción popular argentina aún no ha entregado un Memorias de un asesino, y aún a más de tres décadas de la más sangrienta de nuestras dictaduras, los represores siguen siendo mirados de manera lejana y extraña, en la más tranquilizadora máscara del estereotipo.

Hernán Schelll

lunes, 22 de marzo de 2010

Como ser buenos




Si bien fue el diario Crónica el que descubrió el supuesto hallazgo, ya antes, en la televisión abierta, se había difundido la noticia: Rodrigo "La Hiena" Barrios, había sido encontrado manejando su auto aún estando en medio de un juicio por haber atropellado una mujer embarazada que respondía al nombre de Yamila Gonzáles.
Uno de los primeros en dar la noticia fue ni más ni menos que el chimentero Jorge Rial, quien agradeció una y mil veces a Crónica la primicia. Rial aclaraba que no había ningún impedimento legal para que Barrios pueda manejar ya que no le había sido revocada la licencia. Lo que entonces Rial se preguntaba era que si bien eso era legal, habría que preguntarse si en realidad era justo o no que una persona que estaba sospechada de matar a alguien pudiera manejar y repudiaba, además, la actitud de un Barrios insensible al dolor de la familia que atropelló.
Desconozco si es justo o no que La Hiena Barrios maneje. Lo que se sabe es que la justicia decidió darle la licencia de nuevo y que no se dictaminó todavía si él fue culpable o no, por lo que no se sabe si es o no un peligro al volante. Lo que si se sabe de Rial es que como comunicador social cometió irresponsabilidades groseras. Por nombrar dos famosas y que se me ocurren en este momento: difundió ilegalmente la correspondencia personal de Juan Castro mientras el periodista estaba en coma, y en una de las más canallas jugadas chimenteras de la que se tenga memoria, le hizo una cámara oculta a un ex integrante de reality show por el supuesto delito de ser homosexual.
Pero claro, la cosa no sería tan grave si el único difusor de la foto de Barrios hubiera sido Rial. El problema es un poco más importante que ese, y es que a esa foto la difundieron también los medios de comunicación supuestamente serios. Clarin, La Nación, Crítica de la Argentina, por ejemplo, informaron sobre la existencia de esta foto. También lo hizo cualquier noticiero existente ya sea de canal de aire como de cable, y no fueron pocos los conductores y periodistas que condenaron poderosamente la actitud de Barrios.
La razón de esta condena residía en que el boxeador había sido deshonesto. Y la razón de esta deshonestidad estaba en que había prometido, primero al fiscal y luego a los medios, que no volvería a tocar el volante hasta que se conociera la sentencia.
Yo no puedo negar (sería ridículo hacerlo) que es bastante imprudente por parte de Barrios hacer una cosa así. Sabiendo que es una figura pública arriesgarse a ser visto manejando pudiendo herir fuertemente las sensibilidades de los familiares de Yamila Gonzáles no es, desde ningún punto de vista, un gesto elegante.
Lo que si me puedo preguntar es cual es la relevancia de esta noticia. Barrios no estaba incurriendo en ninguna ilegalidad. Su acto no lo hace más ni menos culpable del choque por el que está siendo juzgado.
Es verdad, le prometió al fiscal que no manejaría hasta conocerse la sentencia, pero esta no fue la razón para que le entregasen la licencia de nuevo, sino el hecho de que nunca se le encontraron rastros de alcohol o ningún otro tipo de droga. Lo de la promesa al fiscal era, meramente, una formalidad.
El mayor problema es que uno se pregunta para que diablos se difundió entonces esta foto en tantos medios.
Una razón, temo, es la del más puro morbo, la de salarle una herida de por sí demasiado grande a los familiares de la mujer fallecida en el accidente. Véase sino que dijo Sebastián Ceballos, el viudo de Yamila Gonzáles, al enterarse de la noticia: -¡Es un reverendo hijo de puta que se está burlando de toda la gente, de la Justicia, de mi familia, de mí! Se está burlando de todo el mundo-.
Cabría preguntarse cual es la utilidad que puede tener Ceballos al saber esta noticia y sobre todo al verla difundida por cuanto medio posible. Algo es seguro: no va a servir para dilucidar aspectos del caso y mucho menos le va a devolver la vida de su esposa.
Pero la pregunta más importante aquí es que clase de servicio social se brinda al lector con esta foto. Y acá es donde quizás se encuentre la clave del asunto. Porque de todos los sentimientos que puede llegar a despertar esta noticia tanto en el que la da como en el que la recibe no es ni la indignación, ni la furia, ni mucho menos la serena reflexión. No, el sentimiento más común y (¡ay!) nefasto en este caso es el de la autocomplacencia.
Todo esto me recuerda a un chiste de Mafalda en el cual Susanita decía que a ella le encantaba leer en los diarios los crímenes aberrantes porque de esta manera ella podía sentirse más buena que nunca. Si se quiere, en noticias como estas no deja de haber una intención pura y exclusivamente canallesca, una actitud cínica de hacer sentir a sus lectores y a los periodistas que deciden editorializar esto con gestos melodramáticos como personas de bien, como gente indignada que está por sobre cierto cretinismo.
Sucede todo el tiempo, no solamente con Barrios, sino también con ciertos funcionarios, intendentes y hasta periodistas a los que algunos comunicadores sociales gustan de condenar indignados para poder sentirse bien consigo mismos y para que nosotros, los espectadores, podamos sentirnos bien con nuestra ética.
El tema es que, al menos, en el caso de figuras que afectan una sociedad, sea esta nacional, provincial o municipal, uno puede, a veces -y sólo a veces- tolerar ese gesto sobrador de juez moral de un periodista si sirve, al menos, para informar algo de interés público. Lo de Barrios es otra cosa, es un regodeo en la buena moral propia y una condena a la moral ajena. Es un minuto más en un noticiero o programa de chimentos, o una página más de un diario hecha para alimentar la más pura autocomplacencia y a la que llamamos "periodismo" sólo por costumbre.

lunes, 15 de marzo de 2010

El Empleo de Bou Grasso



Junten los trazos simples del norteamericano Bill Plympton. Ahora, mézclenlo con el humor surrealista y corrosivo del checo surrealista Jan Swankmajer. Ahora, júntenlo con la utilización del sonido de un Jaques Tati. Metan adentro una capacidad increíble para utilizar gags raros e inteligentes para reproducir una mirada angustiante del mercado de trabajo. Una mirada que habla sobre un mundo laboral que hace que cada persona acepte, sin darse cuenta, entregar toda su dignidad a cambio de un salario. Mezclado todo esto el resultado es El Empleo de Bou Grasso.
Pequeña obra maestra de 6 minutos y 19 segundos y la receta ideal para sacarse la idea de que la animación argentina es sinónimo de berretada.

¡Salió El Amante 214!



Es menester de la persona que escribe este blog anunciar a los escasos lectores de esta página que tienen la oportunidad de comprar el útltimo número de la mejor (bueno, la única) revista de crítica de cine de la Argentina que responde al nombre El Amante (Cine). Número que, en este caso, viene con la tapa de Un Maldito Policía en Nueva Orleans. Extraordinaria película de Werner Herzog comentada en esta página de Internet. Además de esto, la revista también cuenta con varias reseñas de la excelente Aquel querido mes de Agosto, dirigida por una de las promesas más interesantes que tiene el cine hoy: el portugués Miguel Gomes. Además de esto, opiniones a favor y en contra de películas como Desde mi cielo, Alicia en el País de las Maravillas y Un Hombre Serio. Más un dossier sobre dossiers que sería bueno hacer (suena raro, pero aseguro que algunas de sus notas son muy divertidas).
Como quien escribe este blog es colaborador en esta revista y de vez en cuando da uno que otro curso en su escuela, aprovecha su espacio bloggero para promocionar esta publicación con la esperanza de que de esta manera puede aumentar la tirada y así pueda subir su sueldo.
Si, eso de las metas nobles y desinteresadas nunca fue lo mío.

lunes, 8 de marzo de 2010

Cine vs. Sociedad en la Sociedad Italiana de San Martín

A lo largo de su historia, el cine ha hablado y criticado muchas veces la sociedad en la que le tocó vivir. A veces de manera complaciente, otras, en un tono de denuncia y maestro ciruela bastante poco agradable. Otras veces sin embargo, supo ser inteligente, duro y tremendamente lúcido. Durante el mes de Abril, en la Sociedad Italiana de San Martín, se mostrarán y analizaran cinco películas que, cada cual a su modo, se valieron de géneros populares diferentes para mostrar el lado oscuro de la sociedad que les tocó vivir. Desde una comedia feroz hecha para destrozar el sistema político americano, pasando por un film de monstruos hecho para describir una sociedad subyugada por el imperialismo, siguiendo por un melodrama alemán que vomita el germen nazi aún imperante en una sociedad y llegando a un policial argentino duro e irreverente que toma, paradójicamente, a un hombre que finge ser mudo para expresar todo aquello de lo que la sociedad argentina no podía hablar.


Viernes 9 de Abril

El gran Mcginty.

The Great Mcginty. Estados Unidos, 1940, 82`. Dirigida y escrita por Preston Sturges. Con: Darian Donlevy, Muriel Angelus, Akim Tamiroff, Alynn Joslyn, William Demarest.



El director Preston Sturges fue un caso extrañísimo. Hizo tan sólo doce largometrajes, en un período menor al de una década. Durante ese corto y prolífico tiempo, Sturges se hizo un nombre en Hollywood que fue sinónimo no sólo de comedia disparatada sino, sobre todo, de acidez. Sturges fue, quizás junto con Billy Wilder y Ernst Lubitsch, el más despiadado destructor del sueño americano. Y en esta, su primer película, Sturges se comportó de la manera más feroz que podía comportarse un cineasta. La trama: un mendigo (el Mcginty del título) conoce y desarrolla una carrera política prestigiosa primero ayudando en un fraude electoral y luego trabajando para un mafioso amigo del poder. Partiendo de esta base este tal Mcginty va ascendiedo en la escala social hasta llegar a ser alcalde. Y mientras esta ascención va sucediendo Sturges va destrozando la política, la policía, la institución familiar y la hipocresía social americana, todo con un humor negro revulsivo e irresistible. Créase o no, fue con esta carta de presentación que Sturges se presentó en Hollywood y fue con este primer paso furioso e irreverente que empezaría una de las carreras más brillantes y lamentablemente cortas del cine americano clásico.

Viernes 16 de Abril

The Host

Gwoemul, Corea del Sur, 2006, 119`. Dirigida y escrita por Joo-Ho Bong. Con Kan-ho Song, Hie-bong Byeon, Hae- Il Park, Du-Na bae



El gran cineasta joven del cine de Corea del Sur responde al nombre de Joo-Ho Bong, un sociólogo devenido director de cine que utiliza el género para analizar la sociedad en la que le toca vivir. En este caso toma elementos del cine de terror, el de aventuras, el cine familiar, la comedia y el melodrama para criticar con dureza una sociedad entregada y resignada al imperialismo norteamericano, a la destrucción de su ecología, a la adopción de un ritmo de vida capitalista inhumano, y a la manipuilación más grosera de información. Todo esto en medio de un relato extraordinario sobre un bicho que surje a partir de la contaminación de un río y la historia de una familia de impresentables que debe rescatar a una nenita. Sencillamente: una de las grandes películas de terror y aventuras del cine contemporáneo de uno de los directores más originales e importantes del cine actual.

Viernes 23 de Abril

Tiempo de Revancha

Argentina, 1981, 112`. Dirigida y escrita por Adolfo Aristarain. Con Federico Luppi, Haydée Padilla, Julio De Grazia, Ulises Dumont, Joffre Soares



En tiempos de censura y dictadura militar, una película que se atrevió a mostrar que el país en el que se vivía estaba manejado por multinacionales y que la represión y la falta de libertad de expresión eran una forma de dominación, no podía tener un mejor título que este. Aristarain, en lo que fue su cima mayor como cineasta, construyó en Tiempo... más que un film revanchista, un film que llama a la sociedad a tomar revancha. A rebelarse y pedir aquello que tiene por derecho propio y que le quitaron. Pero además de un llamado a la rebelión, Tiempo de Revancha también es otras cosas: una actuación superlativa de Federico Luppi, un policial extraordinario y una puesta en escena clacisita de un director que, como pocos en la historia del cine argentino, supo lo que era contrabandear ideas subversivas hechas de entretenimiento rabioso en envase de género.

Viernes 30 de Abril.

La angustia corroe el alma.

Angst essen Seele auf, Alemania, 1974, 94`. Escrita y dirigida por: Rainer Werner Fassbinder. Con Brigitte Mira, El Hedi ben Salem, Barbara Valentin, Irm Herman



Más que un director, Fassbinder fue una fuerza. Cineasta prolífico como pocos en la historia del cine (llegó a hacer siete películas en un año), el alemán insomne, cocainómano y promiscuo fue, también y sobre todo, el cineasta alemán que más preocupado estuvo y acaso más lúcidamente reflexionó sobre la Alemania de posguerra. Una Alemania que, según el director, seguía conservando aún en su fuero interno una peligrosa tendencia a la intolerancia y el segregacionismo. Dicha tendencia se refleja mejor que nunca en esta obra maestra mayor. La historia de amor entre un árabe y una mujer alemana viuda que toma como modelo los melodramas del enorme Douglas Sirk para hablar tanto de la marginación como de sus trágicas consecuencias.

Informes a 4754-3996.
De Lunes a Viernes de 17 a 20.
Sábados de 9:30 a 12:30
Dirección: Pellegrini 2026. Primer Piso.
Sociedad Italiana de San Martín. Frente a la Plaza.

domingo, 7 de marzo de 2010

Análisis de Film en la Sociedad Italiana de San Martín



La idea del curso es tomar un film, exhibirlo, y dedicar el resto del tiempo a la ubicación de su contexto histórico, a la filmografía del director y sobre todo al análisis de su puesta en escena. La idea será, en suma, aprender a analizar un film a partir del visionado de los mismos. Pero también aprender a estimar el cine en toda su variedad. De ahí la importancia del curso de diversificar géneros, estilos y nacionalidades. Pasando por directores de cine consagrados y desconocidos. Yendo por Hollywood, el cine independiente, Europa, Asia y hasta África.
En la clase, además, se proporcionará bibliografía y se le dará la oportunidad, al interesado, de escribir notas sobre los films que serán debidamente corregidos a la otra semana.
Cada mes se dará una serie de películas que estén unidas por alguna temática específica.

viernes, 5 de marzo de 2010

Esos raros especímenes



No hace falta ser un observador brillante para darse cuenta que Nicholas Cage es un actor exagerado. Es más, no hace falta ser muy brillante para darse cuenta que Nicholas Cage es un actor sumamente exagerado. Es más, podría decirse incluso que antes que un actor exagerado, Nicholas Cage es un actor que no puede ni podrá ser nunca sobrio.
Una sobreactuación de Cage no es los mismo que una sobreactuación de Al Pacino o de Gerard Depardieu. Porque cuando Pacino o Depardieu sobreactúan, uno reconoce que ahí lo que hay es una actuación que es intencionalmente sobreactuada o que, en todo caso, es una actuación que un mal director decidió llevar inadecuadamente por la sobreactación. En el caso de Cage, sin embargo, sus actuaiones desbordadas y excesivas parecen más bien el resultado de una naturaleza actoral, de una imposibilidad de no ser exagerado. No importa lo capacitado que pueda estar el director en dirigir actores, sencillamente, hay una energía demasiado gigantesca en los movimientos de Cage, energía que cuando no está bien utilizada (y normalmente no lo está) puede derivar en interpretaciones directamente insoportables.
Frente a esto, algunos realizadores como Lynch o los Cohen optaron inteligentemente por aprovechar este histrionismo histérico de Cage para ponerlo en un mundo caricaturesco. De esta manera, la expresividad desmedida de Saylor en Corazón Salvaje o la mirada exageradamente torpe de H.I.Mcdunogh en Educando a Arizona no desentonaba con un mundo hecho de personajes demencialmente expresivos. Pero en Un Maldito Policía, misión en Nueva Orleans, el film del alemán Werner Herzog, Cage no está inmerso en un mundo caricaturesco. Si convive, de vez en cuando, con personajes paródicos (el hijo de un hombre poderoso) o que parecieran venidos de otro planeta (el personaje interpretado por el gran Brad Dourif) pero el Mcdounagh que personifica Cage está muchas veces frente a personajes de gesto adusto y sobrio, y lo que es más interesante, Herzog hace evidente que los gestos de estos personajes contrasten de manera importante con el rostro desencajado de Cage.
Ver sino como Herzog decide presentar por primera vez a Cage al lado de Val Kilmer y como cierra la película con un plano general de Cage sentado frente a un acuario y lado de un mozo. O ver sino la escena en la que Cage se encuentra, nuevamente, al lado de Val Kilmer y junto a un actor que hace de juez. Los tres se encuentran parados en una oficina, pero mientras dos de esos actores se encuentran parados normalmente, Cage está actuando hasta con el hombro para mostrar un nerviosismo por demás evidente. O ver sino el contraste que genera la expresividad descontrolada de Cage al intimidar al jugador de fútbol americano con su el rostro asustado pero sobrio de su víctima. En todos estos casos la cuestión es mostrar que Cage es notoriamente exagerado, que su forma de actuar es exagerada, y que esta característica actoral única es el reflejo interpretativo perfecto de un personaje que, como veremos más adelante, justamente se caracteriza por su valor de rareza absoluta.
Este Teniente Terence McDonagh tiene el mismo nombre y la misma profesión que aquel otro teniente Mcdonagh que hace casi veinte años interpretara Harvey Keitel para el film de Abel Ferrara. Si bien este teniente Mcdonagh, al igual que en la versión de Ferrara, tiene problemas con el juego y las drogas, a diferencia del McDonagh de Ferrara, el de Herzog no busca redención católica. Es más, más allá de que al principio del film el personaje de Cage empieza a rescatar un preso a punto de morir ahogado ni bien lo escucha rezar -acaso un momento de alusión a la película de Ferrara-, nunca se ve a esta persona expresando sentimiento místico alguno.
Es sumamente importante esto porque la religiosidad expresa una identidad compartida con otra gente. El hecho de que el Mcdonagh de Ferrara sea católico, es algo que hace que relacionemos al personaje con un pensamiento determinado, con un miedo y una fe (acaso la misma cosa) que esta persona comparte con muchas otras personas. O sea, que aún cuando el Maldito Policía de Ferrara podía ser especialmente violento, especialmente adicto y especialmente culposo seguía siendo alguien con inquietudes compartidas.
Sin embargo, el Maldito Policía de Herzog no se parece a nada ni a nadie, que puede emocionarse con un recuerdo algo bizarro de una cuchara enterrada, que ama a una prostituta pero que no teme cuernarla con todo lo que encuentra. Es un John Mcdonagh cuyas concepciones morales son impredescibles. Un Mcdonagh del que nunca se sabrá a ciencia cierta o no si cuando le dice a la persona que le salvó la vida que hubiera preferido no mojarse los calzoncillos está hablando en serio o no.
Una persona que cuando parece reformado (ver sino el final) se lo muestra como la misma persona que sale a intimidar jóvenes para buscar droga y buscar sexo ocasional. Una persona que puede jugar cruelmente con una persona que se está ahogando antes de salvarle la vida y que puede tener como compañero permanente un hombre muy violento como Stevie Pruit (Val Kilmer). Que puede no aceptar un soborno de 60000 dólares pero puede, después, cometer un acto de crueldad enorme al tener sexo con una mujer y denigrar a su novio a ver el acto. Que puede cuidar un perro pero luego no tener ningún problema en que le metan un tiro al animal. Es un Mcdonagh dueño de una moralidad contradictoria y extraña, una moralidad que a veces, incluso, la película puede volverla un misterio.
Ver sino el uso de la elipsis en este film. Herzog jamás nos muestra como rescató Mcdonagh al hombre ahogado, tampoco nos muestra como hizo para zafarse de que los maleantes pudieran tener sexo con su novia prostituta y tampoco nos muestra que hace exactamente con los dos jóvenes que para hacia el final de la película.
Todas estas acciones, que podrían definir una calidad moral del personaje son, o bien develadas verbalmente más adelante (el caso del hombre ahogado, el caso de si el protagonista entregó o no a su novia prostituta), o bien resultan una información negada (nunca se sabrá que hizo son los dos jóvenes del final). Son elipsis hechas para que justamente los costados nobles y bajos de Mcdonagh queden en el misterio y parezcan inestables. Mcdonagh no es ni bueno ni malo, es un personaje que comete acciones buenas y malas y por cuyo carácter a veces desalmado y a veces noble podemos llegar a creer y esperar cualquier cosa.
Quizás, si hubiera una posibilidad de comparar a Mcdonagh con algo, este algo es la Nueva Orleans. O mejor dicho, la Nueva Orleans que filma Herzog, la Nueva Orleans más primitiva y fea posible, metida en lo que puede ser el film más antiturístico de la historia.
Una Nueva Orleans post Katrina opaca, de la que no se ve (ni se menciona) el Mardi Gras, ni sus raíces jazzeras, una Nueva Orleans llena de personajes cansados o ridículos, donde hasta los mafiosos carecen de glamour, las estrellas deportivas tienen que ir a los barrios bajos para conseguir merca de mala calidad, en la que hasta las ceremonias religiosas son poco atractivas y donde el azar controla (para bien de algunos y el mal de otros) absolutamente todo. Es una Nueva Orleans donde hasta las ceremonias son poco atractivas (ver el funeral de las víctimas del narcotraficantes, un ritual filmado en plano general) y que a veces es filmada desde la perspectiva de las alucinaciones demenciales y ridículas que le da a Mcdonagh la cocaína barata.
Esta Nueva Orleans es, al igual que Mcdonagh, una cosa salvaje, impredescible e impresentable. Pero también es, a su modo, una Nueva Orleans que tiene el encanto de lo trash, de lo que no tiene nada que perder y que en su ruinidad pareciera despertar no sólo comicidad (Un maldito Policía... es, ante todo, una comedia absurda), sino además la dignidad de lo que es absolutamente diferente.
Después de todo esta Nueva Orleans herzoguiana, fea como es, dominada por la corrupción como es, y salvaje como es, tiene también una personalidad propia. Del mismo modo este Mcdonagh, desagradable e improvisado como puede serlo en algunas circunstancias, tiene el encanto de lo único, de lo diferente, algo que a Herzog, gran fanático de los personajes extraños, de esos especímenes que parecieran haber sido creados a contrapelo de la sociedad, siempre le han fascinado. Un Maldito Policía, misión en Nueva Orleans es su forma de construir un personaje querible y su forma de homenajear a una ciudad. Es, en suma, una carta de amor hipnóticamente enferma.