viernes, 18 de junio de 2010

La bestia debió morir

En vista y considerando que ya no tengo que publicar la necrológica en cuestión en otro medio, y en vista y considerando además el inevitable cariño que me despierta el actor aquí homenajeado, publico a continuación el demorado obituario del gran Dennis Hopper.

¨Frank Booth soy yo¨le dijo Dennis Hopper a David Lynch para convencerlo de que le diera ese papel en Terciopelo Azul. Parece algo inquietante identificarse con uno de los villanos más recordados y salvajes de la década del ochenta. Pero la verdad es que Hopper nunca estuvo demasiado lejos de parecerse a este señor. No se trata de que Hopper haya alguna vez tenido secuestrada a la familia de una mujer para satisfacer terribles impulsos sadomasoquistas. Pero si se trata de que Hopper, al igual que Frank Booth, parecía una persona destinada a consumirse por una pasión exacerbada y demente y estaba marcado por un carácter impredecible hasta el exceso.
Uno le cree siempre a Dennis Hopper cuando hace de Frank Booth. Le cree cuando llora enamorado frente a Issabella Rosselini, le cree cuando golpea cruelmente a Kyle MacLachlan, le cree cuando agarra, sin ningún sentido aparente, una máscara de oxígeno o cuando se emociona frente a un hombre haciendo playback. En todos los casos era siempre Frank Booth, porque de Frank Booth podía esperarse lo que sea.
Esto era en buena parte por causa de Lynch, claro, director que, como pocos, es capaz de meternos en los verosímiles más disparatados posibles, pero también es buena parte de la responsabilidad de Hopper, un actor al que uno le creía cualquier locura, porque, sencillamente, uno sabía que estaba completamente loco.
Es más, la locura en Hopper fue algo que lo marcó de muy joven, al punto tal que su primer papel que llamó la atención fue el de un adolescente rebelde en Rebelde sin causa de Nicholas Ray. Allí ya se lo encajaba a Hopper como una actor hecho para hacer personajes impredecibles y mayormente violentos.
Esta violencia, sin embargo, no era una violencia fría, ejercida a partir de intereses rigurosamente calculados, sino más bien una violencia apasionada y demente, venida de ideologías cuyo única lógica parecía la de destruir lo que estaba en frente.
Hopper siempre fue, a razgos generales, el actor de personajes salvajes por excelencia.
Si Hopper podía hacer esto también es porque su propio cuerpo lo hacía perfecto para esta clase papeles. Su fisonomía pequeña y su mirada fuerte, como siempre enfurecida o excitada, lo hacía parecer un enano furioso con cualquier cosa que pudiera llevarle la contra.
Sus películas como director y su vida personal ayudaron a construir más ese mito de rebelde por naturaleza. Peleas en sets, excesos con el alcohol y las drogas (que lo llevaron, más de una vez, a estar al borde de la muerte), abandono de rodajes en medio de una filmación y la dirección de una pelicula como Easy Ryder (film identificado con la incoformismo juvenil de los 60 por excelencia) ayudaron a alimentar con creces esta imagen.
Es más la característica más rara de la carrera de Hopper es que cuando la misma parecía construirse sobre el más envidiable prestigio, Hopper hacía algo totalmente inesperado para destruirlo.



Si Hopper se había hecho famoso como director y como actor encarnando personajes rebeldes e inconformistas y haciéndose conocido como un drogadicto problemático sin otro interés que el desorden, el mismo destruía todo esto declarándose como un republicano feroz por elección (sin ir más lejos, llegó a apoyar fervientemente tanto al Bush padre como a su hijo).
Si con su ópera primma Easy Ryder Hopper había empezado a construir una carrera prestigiosa como director (esta película sería premiada en Cannes en el momento de su estreno por ejemplo), esta misma carrera prometedora sería destrozada con su segundo film: La última película. Obra maldita acerca de una filmación frustrada por la muerte de un actor en pleno rodaje, película destrozada por la crítica, fracaso absoluto de público en el momento de su estreno y luego reivindicada por algunos que la ven como una obra maestra incomprendida (opinión que no comparte, por cierto, quien escribe estas líneas, a quien La última película le parece simplemente una reverenda porquería).
Luego de este film maldito, Hopper volvió a recuperar su prestigio como director (y de paso también como actor) en los años ochencta con la excelente Out of the blue (en la que Hopper componía una persona alcohólica y desencantada con el mundo, papel que haría en otras ocasiones -véase la extraordinaria La ley de la calle de Coppola- y que parecía representar el desgaste de una vida de excesos y desilusiones) y el policial seco y crudo Colors. Y justo cuando Hopper parecía encaminarse de nuevo hacia la senda de un director prestigioso, su película siguiente, Catchfire (a la que Hopper firmaría como Alan Smithee, pseudónimo utilizado por todo director que se encuentra avergonzado con lo que hizo) sería una cosa bastante fea, un policial dramático con una Jodie Foster como testigo de un crimen mafioso. El siguiente, film de Hopper, The Hot Spot, con Don Johnson, tampoco hablarían demasiado bien del talento de su director. Su último film, Chasers, no solamente es malo, sino que es desganado. Se trata de una comedia sobre dos miembros de la marina que tratan de llevar de custodio a una chica excesivamente atractiva (la actiz Erika Eleiniak, ex chica Baywatch) de un lugar a otro. El film está lleno de chistes malos, filmado como un telefilm de baja categoría, con un cameo totalmente gratuito del propio Hopper y una escena de sexo extensa y totalmente descolgada que no tiene otro objeto que mostrar los pechos de la protagonista.
Que esta haya sido su última película como realizador parecía ser el reflejo de alguien al que no parecía importarle nada, ni siquiera su buen nombre.
Su carrera como actor no era muy diferente. La misma persona que podía trabajar con Coppola en Apocalipsis Now podía protagonizar dos años más tarde una bizarreada como Las flores del vicio (Bloodbath-1979). La misma persona que en 1986 volvía prestigiar su carrera con dos films excelentes como Terciopelo Azul y Hoosiers, podía elegir, el mismo año, actuar en la imposible secuela de La Masacre de Texas.



Su carrera siempre, a lo largo de sus más de cien películas, fue una serie de filmsque parecían elegirse menos por criterio que por capricho o azar.
Aún así, sus interpretaciones eran siempre agradables, quizás porque aún en las películas más desganadas del mundo sobrevivía su carisma desatado (ver para esto, y si alguna vez la enganchan por cable, su graciosa y paródica composición de King Coopa en Super Mario Bros).
Sólo una vez Hopper fue realmente desagradable de ver. Se trata de una película llamada Flashback en la que este actor es un ex-hippie que termina forjando amistad con un agente del FBI interpretado por Kiefer Shuterland.
Había en ese papel un aroma demasiado desagradable a un Hopper demasiado consciente de lo que había sido en los 60 y sobre todo a un Hopper al que no le importaba otra cosa que ganar dinero y vivir como un yuppie cínico y despreocupado. Había algo de doloroso el verlo a Hopper hacia el final de la película con un traje a medida frente a Kiefer Sutherland entregado orgullosamente a la vida ostentosa de un nuevo rico.
Una imagen tan fuerte en los 90 sólo pudo ser olvidada tras sus dos excelentes interpretaciones (de demente, como corresponde) en True Romance de Tony Scott y en Máxima Velocidad de Jan de Bont.
Su última gran actuación fue, curiosamente, también frente a Kiefer Shuterland, pero no en una película sino en la primer temporada de la serie de televisión 24. Allí Hopper hacía de Víctor Drazen, un terrorista ucraniano sanguinario. Cómo pasa en la mayoría de los personajes de esta serie, el villano es una persona sádica y malvada, pero tiene un código, o al menos un razgo de humanidad ínfimo entre toda su maldad. En el caso de Drazen podía ser un sádico al que la vida ajena le importaba muy poco, pero al mismo tiempo era una persona que sentía un cariño genuino por su familia. Uno lo veía a Hopper en una escena matando una hija frente a su padre, y en otra pidiendo respeto por el cadáver de su primogénito. Y en ambos casos era perfectamente creíble.
Se lo va a extrañar.

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