viernes, 21 de mayo de 2010

Jugar a los dados con el mundo

Atención: se revela parcialmente el final de la película

Lo primero que se nota en El escritor oculto es que en la película hay mucha blancura. Blanca es la niebla que cubre muchos paisajes de la película, blanca es la playa de arenas blancas por la que caminan los personajes y que se ve en varios momentos como escenario de fondo tras una gran ventana. Blanca es la luz de la computadora que alumbra en un momento la cara blanca de una secretaria. Blanca es la luz del faro de la playa y con luces blancas se le avisa al personaje principal que está siendo grabado en un momento del film.
Si tanta blancura no fuera suficiente, el realizador se encarga muchas veces de utilizar en interiores una luz frontal muy fuerte para hacer más blanco el rostro de los personajes y despojarlo casi en su totalidad de sombras -si hasta Elli Walach, actor de tez más bien oscura, parece tener una piel cristalina cuando se lo ve en su fugaz pero excelente participación en este film-. Sin embargo, toda esta blancura y exceso lumínico de El escritor oculto no es una blancura esperanzadora, más bien por el contrario, la luminosidad excesiva de El escritor oculto le da a la película un aire fantasmagórico ("El escritor fantasma" es la traducción literal de esta película) inquietante, una atmósfera de pesadilla lograda no a través del clarooscuro sino a través de una luminosidad excesiva.



Pero no es sólo esta idea visual la que se destaca en El escritor oculto, también hay en este film algunos primeros planos abruptos que parecieran querer deformar los rostros(el que va sobre John Belushi cuando este dice "recordá... el corazón" por ejemplo, pero también los primeros planos sobre Olivia Williams y Ewan Mcgregor cuando caminan en la playa), personajes que rozan elegantemente lo caricaturesco sin llegar a tocarlo (la recepcionista del hotel, el villano interpretado por Tom Wilkinson) y mucha criatura polanskiana mirando de reojo una situación al fondo de un plano mientras otros dos personajes hablan de temas políticos o relacionados con el espionaje.
Y hay más cosas aún: una música perfectamente adecuada al espíritu entre terrorífico y humorístico de la película, una Kim Catrall que desde Mannequin no era filmada tan bellamente y un campo-contracampo genial en el momento en el que el personaje de Pierce Brosman se presenta por primera vez al espectador y se muestra a la perfección y con dos gestos muy pequeños (si, el gesto del actor es también una idea de puesta en escena, pregúntesele sino a Rohmer y Leone, el mayor cineasta del gesto corporal y el mayor cineasta del gesto facial respectivamente) tanto la naturaleza pusilánime del personaje de Brosman, como el desprecio que el personaje de Olivia Williams siente por él. A estas ideas ideas visuales se le suman un par de momentos de comedia filmados con la precisión de un cirujano: el plano general que Polanski le dedica a Mcgregor cuando intenta andar en bicicleta y el otro plano general en la que Mcgregor y Williams están por tener sexo.
Resulta y no resulta asombroso que a esta película la haya dirigido Polanski. No resulta asombroso porque cualquier persona sabe que Polanski este realizador es un cineasta con varias obras maestras en su haber (por sólo nombrar algunas: Repulsión, Cuchillo bajo el agua, El bebé de Rosemary, Chinatown...) pero resulta asombroso porque este señor hace rato que no venía de entregar una gran película. Es más, sus últimos films habían mostrado signos de decadencia creativa por demás notorios. Tanto las ampliamente sobrevaloradas La muerte y la doncella y El Pianista, como ese disparate que fue La Novena Puerta habían mostrado un Polanski cansado. De hecho, su film inmediatamente anterior a El escritor... es Oliver Twist. No necesariamente su peor película (ese título de dudoso prestigio lo tiene todavía Piratas, film obsesionado con la idiotez) pero si su primer y esperemos última película de qualite, un ejemplar cinematográfico perezoso por excelencia que no tiene otra idea de puesta en escena que ilustrar el clásico de Dickens con planos color pastel.



El escritor oculto es, justamente, la contracara absoluta de Oliver Twist. Una película basada en un libro horrible de un escritor horrible (Thomas Harris, quien en algún momento castigaba nuestros ojos con las aventuras literarias de Hannibal Lecter -¡a Dios gracias que existe Jonathan Demme!-), que por la fuerza cinemática de un cineasta logró transformase en una muy buena película.
La historia de El escritor oculto gira en torno a un personaje interpretado por Ewan Mcgregor cuyo nombre se desconocerá durante todo el film (en los créditos figura como "Fantasma", aunque también, fugazmente y a modo de chiste brillante de la película, tambien se lo llamará "carnada") y cuyo oficio es el de escritor fantasma. Es decir, una persona que se dedica a escribir libros -biografías mayormente- que luego otros firmarán con su nombre. A este escritor le tocará en gracia redactar la biografía de Adam Lang (Brosman), un Primer Ministro inglés cuyo apellido, como es obvio, homenajea explícitamente a uno de los grandes maestros del noir(1).
Este trabajo de escritor fantasma de primer ministro inglés, si bien se encuentra muy bien remunerado, encuentra dos problemas fundamentales. El primero de ellos es que, mientras el autor escribe la biografía del primer ministro, el señor Lang debe lidiar con unas acusaciones referentes a una supuesta complicidad con unas torturas durante la guerra de Medio Oriente. El segundo problema es que este escritor fantasma viene a ser el reemplazo de otro otro anterior que, como se verá con el correr de la trama, murió en circunstancias por demás dudosas.
Así es como el protagonista de la película se encuentra con dos tareas: la primera de ellas, de pura naturaleza de autopreservación, es cuidarse de los grupos de manifestantes en contra de Lang ("unos pacifistas me quieren matar" dirá en algún momento el personaje principal en uno de los tantos chistes excelentes del film). La segunda de las tareas es de orden moral: tratar de averiguar cuales pudieron ser las causas por las que el anterior escritor fuera asesinado.
Con este argumento la película sigue, al mismo tiempo, dos líneas esenciales. La primera de ellas refiere al de un film rabiosamente político hecho para criticar ferozmente la política inglesa de alineación norteamericana (no es muy dificil ver en la figura de Lang puntos de comparación con Tony Blair).
La segunda de ellas tiene que ver con el tema del poder. Muchas veces se ha comparado a Polanski con Kafka y estas comparaciones no son desacertadas. Polanski, al igual que Kafka, es fanático de poner a sus personajes en situaciones absurdas y opresivas que, inevitablemente, los terminarán superando. También Polanski, al igual que el buen checo, posee un sentido del humor macabro y absurdo así como un gusto por personajes excéntricos que con sus razgos caricatrescos pueden despertar terror o comicidad (o las dos cosas juntas). Y también Polanski reúne con este checo el gusto por desglamorizar el poder.
Lo que muchas veces impacta tanto en el escritor como en el cineasta, es su concepción de un poder dominante que muchas veces puede estar en manos de un conjunto de imbéciles o de seres dueños de una lógica demasiado absurda. Entre el intendente de El Castillo y el juzgado delirante que define (si acaso lo definen ellos) el destino del señor K. de El Proceso y los vecinos caricaturescos que terminan ayudando a la gestación del diablo de El Bebé de Rosemary, o el millonario patético e incestuoso de Barrio Chino que controla el pueblo en el que vive, no hay, en su idiotez y simpleza, demasiada diferencia. Son todas formas de poder que desconciertan justamente por venir en el envase menos esperado, en una superficie absurda y de apariencia insignificante que, sin embargo, se encuentra capacitada de controlarlo todo.
En El escritor oculto el poder ya no está desglamorizado, aqui más bien es un mundo de espías despiadados pero implacables, de escritores hábiles y de códigos secretos esparcidos en los lugares más insospechados. El escritor oculto nos pone en un mundo en donde los discursos de los políticos que compramos no son escritos por ellos sino por personas que, al mismo tiempo y muchas veces inconscientemente, obedecen a intereses de otros ámbitos (editoriales, económicos y hasta militares) y donde los representantes del pueblo pueden trabajar pura y exclusivamente para el beneficio de empresas o gobiernos ajenos.
Pero al mismo tiempo este poder, mucho más glamoroso y elegante que otros polanskianos, es mucho más débil de lo que puede parecer a primera vista.
Hay un plano que refleja a la perfección esta visión de la película y que está expresado de la manera más cinematográfica posible. Se trata del momento en que el protagonista descubre a uno de los agentes ocultos más importantes de esta red de poder. Al hacer esto el personaje principal escribe en el papel con marcador una verdad que podría desestabilizar todo un sistema y decide pasarle este papel a una persona. Para su protección personal (la idea del personaje de Mcgregor es salir corriendo ni bien esta persona recibe el mensaje), el escritor fantasma decide pasar este mensaje de mano en mano, en un papel cerrado y con el nombre del destinatario para que llegue a destino. Polanski filma este pasaje del papel de mano en mano en un plano secuencia magistral no sólo por su pericia técnica, sino por lo pertinente de su utilización.
El ver este papel, esta verdad que podría desestabilizar todo un sistema, pasando de persona a persona en tiempo real, es ver un poder mayor escondido en un papelito. O mejor aún, es ver como cada persona que va teniendo el papelito tiene en ese momento, insospechadamente, una herramienta de poder inmensa para desestabilizar un sistema. O mejor aún, es ver como cada persona que tiene en su poder este mensaje que podría desestabilizar un sistema, podría no pasarlo, o antes de pasarlo leerlo por pura curiosidad, o tirarlo al suelo haciendo que luego lo recoja otro. Este pase de papel es un reflejo de las muchas capas de poder que propone El escritor oculto, pero también es la representación más perfecta de lo inestable de este mismo poder. Porque si hay algo muestra de manera sistemática este film, es que el manejo de los poderosos y sobre todo su estabilidad, no está exenta de una alta dosis de azar. En El escritor... el accionar demencial del padre que perdió a su hijo en la guerra, el saber secreto del personaje de Elli Walach, las pistas que recorre el protagonista, el taxi que al final no logra tomarse el personaje de Ewan Mcgregor definiendo, en pocos segundos, la diferencia entre su vida y su muerte, la información que se filtra por alguna de las infinitas páginas de la red, son situaciones que muestran que de ese mecanismo de poder es mucho más inestable de lo que se piensa. Esa organizacion controladora del El escritor..., por más calculada y organizada que esté, no puede controlarlo todo. Lo más paradójico de El escritor oculto es que a pesar de su mostración de capas de poder vigilantes y profesionales, es la suerte finalmente la que termina poniéndose por encima de todos los niveles. Es, finalmente, la sensación de que todo es frágil lo que termina preponderando en esta película y de que toda jerarquía, todo poder organizado, toda manipulación calculada de información, no tiene mayor solidez que la de un gigantesco e intimidante castillo de naipes.

1- es posible ver en El escritor oculto razgos muy evidentes de film noir. Tiene atmósferas oníricas y paranoicas, tiene personajes hechos para el fracaso y hasta cuenta con una magnífica mujer fatal. Es más, por su blancura anteriormente descripta, El escritor oculto bien podría ser considerado el fundador de un sub-género nuevo: el noir-lumínico cómico.

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