jueves, 7 de enero de 2010

Cuestión de suerte

¿Sabes que es lo mejor del caos?: es justo.
El guasón en El caballero de la noche, dirigida por Christopher Nolan

"Podemos ir a una reunión de Alcohólicos Anónimos cuando quieras invitarme" le dice Elliot (Michael Caine) a su cuñada Lee (Barbara Hershey) con voz nerviosa en una de los tantos chistes memorables de la memorable Hannah y sus hermanas. Dicho chiste dice mucho. Dice que Elliot está tan enamorado de Lee que le dice cualquier cosa con tal de decirle algo. Dice, además, que está tan obsesionado con ella que está dispuesto a acompañarla donde sea. El hecho, además, de que Lee le diga a Elliot que sería una buena idea que la acompañara habla de lo confundida que está Lee respecto de sus propios sentimientos hacia su cuñado. Y el hecho, además, de que Woody Allen filme este diálogo en plano general, creando la distancia necesaria para que lo que veamos sea un chiste, para que sea mucho más importante el hecho de que Elliot esté tan nervioso que le diga cualquier cosa a Lee, que la adicción de la mujer en sí habla mucho del espíritu feliz de esta película.
Es en este momento en que Allen hace un chiste amable de lo que pudo ser tomado por otro director como un momento triste en que uno se pregunta que hubiera pasado si a Hannah y sus hermanas la hubiera agarrado cualquier otro director que no sea Woody Allen (o al menos el Woody Allen de los 80). Lo más probable es que el %99,99 de los directores, ya sea de nivel medio como talentosos, ya sea pésimos como excelsos, hubieran hecho un melodrama de características grandilocuentes. Un film cuyo nivel de desgracias hubiera hecho una película pensada como no apta para depresivos.
Pareciera una afirmación extravagante si digo esto de una película de la amabilidad y la dulzura Hannah y sus hermanas, pero pensemos sino en algunas de las situaciones y personajes que se presentan en la película: un personaje que engaña a su mujer de toda la vida con su hermana, una mujer que padece de alcohólismo, otra que tiene adicción a la cocaína, una pareja de ancianos que vivió toda su vida peleándose entre si, engañandose mutuamente y que terminaron siendo unos pésimos padres para sus tres hijas, un hombre desesperado por encontrar a Dios ya que no le ve un sentido a la vida.
Viendo todo este espectro de desgracias y dificultadoes uno puede ver fácilmente que le ocurren demasiadas cosas terribles a los personajes de este film. Las suficientes desgracias para no pensar que el grueso de los realizadores no se hubiera resistido a llevar la historia por la abstinencia de una adicta, por la angustia existencial de un hombre, por la culpa del adulterio y por el adulterio como forma última de destrucción de una pareja. Que este grueso de los realizadores, en suma, hubiera filmado aquel diálogo magistral entre Elliot y Lee que se menciona al principio de este escrito no en un plano general, sino en primeros planos en los cuales se mostrara un rostro tristre y gastado de Lee cuando Elliot, torpemente, le hable de la posibilidad de encontrarse en una reunión de Alcohólicos Anónimos.
Quizás sólo el enorme director nipón Shoei Imamura se hubiera imaginado hacer algo como Hannah... pero la cosa vino a parar en manos del más neoyorquino de los directores neoyorquinos (bueno, si se saca a Scorsese) en un momento en el que se encontraba en la cima de su creatividad.
Allen hace con Hannah... una mezcla irresistible entre las historias corales y luminosas de Jean Renoir, el gusto por las historias de parejas dueñas de pasiones tan encendidas como efìmeras de Eric Rohmer, todo esto junto con los diálogos filosos de la tradición de la comedia clásica americana, unidas a temáticas bergmanianas y una lógica marxista (de la línea Groucho) a la hora de mirar el mundo.
La cantidad de historias que narra Hannah... es abrumadora y lo hace con un poder de síntesis capaz de hacer no sólo que todos los conflictos se desarrollen y se resuelvan de manera armónica, sino logrando también que todos los personajes de la película tengan una personalidad compleja y ambigua.



Quien entra al mundo de Hannah entra a un universo acelerado, repleto de historias de todo tipo y color en donde la cámara nerviosa de Allen se hace rica en planos secuencia y en travellings laterales. En donde la cámara, en contra de todas las reglas de dirección cinematográfica, puede filmar un diálogo entre dos personas mientras unos discos (ver la charla entre Dianne West y Woody Allen en la disquería) u objetos de cocina (ver, nuevamente, la conversación Dianne West y Carrie Fisher en la cocina de un cocktail) les tapan la cara. O una película llamada Hannah y sus hermanas en donde la hermana con menos protagonismo es, insólitamente, Hannah.
Es una lógica que descoloca, una lógica que podría denominarse caótica y que pareciera ser un reflejo de un descontrol emocional por parte de sus personajes e intelectual por parte del autor que los filma.
Emocional por parte de lo personajes, básicamente, por la propia confusión sentimental de las criaturas que habitan esta película. Los personajes de Hannah... son capaces de cambiar de opinión en cuestión de segundos, de enamorarse y desenamorarse con una facilidad pasmosa, o de hacer que sus pensamientos se contradigan con sus acciones. Pero confusión también por parte del propio director de la película, quien mira a los personajes y al mundo que los rodea con ternura, aunque también con desconcierto
Siguiendo la filosofía de Jorge Luis Borges, Allen siente en este caso el deber como artista de mirar al mundo pero sin tener la soberbia de querer entenderlo o juzgarlo. Allen en Hannah..., por el contrario, muestra a la vida, al mundo y al ser humano como algo inaprensible, un mundo en donde no hay -o al menos no parece haberlo- reglas, o destinos, o consecuencias lógicas a determinadas acciones.
Por eso es importante que el mundo que nos presenta Hannah... es quiebre todos los clishés cinematográficos tanto posibles.
Piénsese sino: las adicciones (al alcohol, a la cocaína) no son sinónimo de decadencia sino que pueden ser tomados como algo anecdótico dentro de la trama. El peor defecto de una mujer puede ser su excesiva generosidad y su perfección. Una pareja puede formarse a partir de una experiencia horrible y una infidelidad no tiene porque ser descubierta ni tiene porque ser sinónimo de que en la pareja se haya acabado el amor.
Muchas veces cuestionar al clishé, al lugar común, puede derivar en una pose estúpida, pero en el caso de Hannah... cuestionar al lugar común tiene que ver con creer en la posibilidad de que el mundo no necesariamente tiene que funcionar como uno espera, porque el mundo es demasiado caótico, demasiado inentendible para ser reducido a fórmulas sencillas.
Hay un momento particularmente revelador de este aspecto en Hannah.... Se trata del momento en el cual Elliot (Michael Caine) se ve tentado a revelarle a su esposa Hannah (Mia Farrow) que está engañándola ni más ni menos que con su hermana. Antes de hacerlo puede escucharse a Michael diciéndose a sí mismo que debe decirle cual es la situación en vista y considerando que "la verdad siempre es el mejor camino". Lo que ocurre después de esto es increíble: Elliot no sólo nunca le dice la verdad a Hannah, sino que empieza a reprocharle que ella es "demasiado perfecta", que no necesita a nadie y culpa de la crisis de la pareja en la necesidad que tiene Hannah de dar todo el tiempo sin recibir nada a cambio.
Lo curioso es que este reproche de Elliot a Hannah no termina sonando falso ni cínico, sino que uno comprende a Elliot, uno entiende que en este contexto Hannah con su necesidad de ser perfecta está ahogando a la pareja y que Elliot la engañaba con la hermana por una necesidad de escaparse de ella.
Cuando termina la película, Elliot no sólo nunca es descubierto sino que además, gracias a la aventura que tuvo logró establecer de nuevo su matrimonio y Hannah aprendió tanto a dar afecto como a necesitarlo.
Uno acepta en Hannah la posibilidad de que un adulterio con una cuñada pueda ser beneficioso para una pareja, del mismo modo que uno acepta que la generosidad pueda ser un defecto y que decir la verdad no tiene porque ser el mejor de los caminos. No porque Hannah... sea un film cínico que muestre que lo virtuoso es necesariamente defectuoso y lo desleal sea necesariamente bueno, sino porque esta película nos propone un mundo dominado por el azar, un mundo demasiado complejo como para pensarlo con reglas sencillas de consecuencias lógicas a causas lógicas y de acciones bondadosas conduciendo a consecuencias beneficiosas.
El mundo, a Allen, se le revela demasiado absurdo, demasiado inentendible. De ahí, por ejemplo, el escepticismo con el que en Hannah... se ven todo tipo de religiones, dogmas y filosofías que creen que el mundo puede tener un sentido último y alguien o algo que todo lo ordena. De ahí también que en una de las escenas Allen pueda decir que "poner el mundo en perspectiva" sea ir al cine para mirar una película de los hermanos Marx (los reyes absolutos del humor delirante, de los grandes experimentadores del absurdo).
Hablar de un mundo azaroso en el que no pareciera manifestarse ningún orden podría conducir a una reflexión bergmaniana sobre el horror de vivir en un mundo con un Dios ausente. Después de todo, Bergman fue siempre (para bien y para mal) uno de los grandes ídolos de Allen, y de hecho en Crímenes y Pecados (film realizado tres años después de Hannah... y que podría considerarse la contracara más clara de esta película) toma el tema del Dios ausente para realizar una de los films más desoladores de la década del ochenta. Sin embargo, Hannah... explora la idea de un mundo sin centro para ensayar la posibilidad de que es posible encontrar momentos de felicidad dentro del caos. Es más, Allen encuentra la posibilidad de que el caos, en su azarosa forma de establecer las cosas, pueda llegar a llevarnos a vivir momentos directamente perfectos.
Cuando Hanah... termina, con toda la familia unida, con todos los matrimonios y las parejas establecidas en el momento justo, Allen decide terminar la película mostrando como dentro de un caos moral, dentro de un mundo impredecible en el que los crímenes no necesariamente reciben castigos, en el que las adicciones no necesariamente conducen a la perdición, en el los sentimientos pueden ser tan intensos como variables, es posible encontrar momentos de felicidad intensos y genuinos.
Por supuesto, dicha felicidad es inestable e impredecible y Allen tiene esto en cuenta en el último de los planos del film. Antes de los títulos finales, Woody Allen muestra al ex-hipocondríaco y aparentemente estéril Mickey acercándose a su esposa y susurrándole cosas tiernas al oído. El hecho de que su esposa le diga, de pronto, que ella está embarazada, puede hablar tanto de que Mickey se curó de pronto de su esterilidad (si es que alguna vez la tuvo y no fue todo una falla de los médicos en el diagnóstico) o que su nueva esposa le fue infiel. Allen, sin embargo y en uno de los grandes gestos de sabiduría cinematográfica de su carrera, decide dejar esta pregunta abierta, como una forma de mostrar que pese a que todo terminó arreglado en la historia de estos personajes, este arreglo es meramente transitorio. Que podrán volver las sospechas, que podrán volver las crisis, que quizás hayan vuelto incluso las infidelidaes, y con ella posiblemente también la angustia, la paranoia, el sexo prohibido, la desconfianza, el divorcio, los celos, la unión, las dudas existenciales. En suma, que vuelve el azar, que como dijo alguna vez Leon Bloy, todo lo puede, todo lo domina y todo lo resignifica. El azar puede producirlo todo y por su propia característica de impredecible se hace fascinante, angustiante y esperanzador al mismo tiempo. Y es bueno que, de vez cuando, el cine haya dado alguna mano maestra para reflexionar sobre el mismo.

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