martes, 3 de agosto de 2010

De Rumania con amor (feo)

En su conocido artículo sobre Alemania Año Cero de Roberto Rosselini, el gran crítico André Bazin observaba como el director italiano gustaba de filmar al chico protagonista en grandes planos generales que remarcarban la destrucción de los edificios y casas de la ruinosa Alemania de posguerra. Bazin decía que, si bien la película era un ficción, lo que más se destacaba eran esos escenarios reales y terribles que la cámara de Rosselini captaba de manera impiadosa durante largo tiempo, y que el mayor acierto del director no estaba tanto en aquellas cosas que creaba, sino en ser consciente del poder que tenía la cámara cinematográfica para captar lo real y mostrar la tragedia de ese país en toda su dimensión.
En Policía, Adjetivo, la última película del rumano Corneliu Porumboiu (director de la altamente recomendable Bucarest 12:08), la lógica parece ser similar pero registrando ya no las ruinas de una ciudad destrozada por los bombardeos, sino una Rumania que aún sufre las secuelas de nefasto Ceauşescu así como la presente incapacidad de un gobierno para revertirlo. En este caso las consecuencias no son tan espantosas como las que muestra Alemania... pero decididamente la Rumania que da a conocer Porumboiu con la cámara es lo suficientemente horrible como para llamar la atención. Todo en la Rumania de Policía, Adjetivo... es fea: las oficinas, las calles, los edificios y los sonidos que se escuchan (ese invento horrible llamado ringtone, una canción italiana grasa que se escucha dos veces seguidas en una misma escena...).
Esta fealdad de la ciudad que muestra este film rumano se conecta con Un Maldito Policía de Herzog, otro film de naturaleza antiturística en donde los espacios en donde se mueve el personaje principal (también un detective) no pueden ser menos bellos. La diferencia principal estriba en que mientras en la película de Herzog esta fealdad guardaba un salvajismo irresistible , en la Rumania de Porumboiu esta fealdad no transmite otra cosa que una sensación de decadencia irreparable.
Si uno estaría dispuesto a ir a Nueva Orleans después de ver la película de Herzog llevado por una curiosidad por lo salvaje y sucio, la Rumania de Poriumbiu parece filmada para convencernos de que el país natal del director es el peor lugar del planeta (o de un espacio aún mayor) para visitar. Es una Rumania sin dignidad, asediada por una burocracia absurda y sobre todo por una legislación ridícula capaz de encerrar por años a un joven en una cárcel por fumar marihuana.
Justamente, con esta trama se construye Policía Adjetivo, al narrarnos la historia de un agente que tiene que seguir a un chico que fuma un porro y armar así un operativo que termine condenando al chico y a su "dealer" a un máximo de cuatro años de cárcel.
En medio de este clima Poriumbiu descubre un humorismo extaño, incómodo, basado (como ya señalé en la crítica de Camino)) no en lo abrupto sino en una repetición permanente de una misma acción (en este caso el seguimiento del policía sobre el chico que está fumando un porro) hasta llegar a encontrar el humor absurdo que se desprende de esa tarea tediosa y construyendo así una comicidad a partir del tiempo muerto.
Sin embargo lo que causa más gracia no es simplemente las horas que el policía tiene que estar siguiendo al joven, sino que esas horas de tiempos muertos son mostradas por la película como una acción cortada por un montaje que nos ahorro muchas más tiempo de tedio y de tiempos muertos de las que puedo haber mostrado.
Es decir, en Policía Adjetivo vemos como su protagonista puede ser tomado por la cámara por 10 minutos caminando por las calles de Rumania sólo para seguir al chico. Creemos que la película está mostrando prácticamente en tiempo real a este policía haciendo su trabajo de seguimiento. Sin embargo, cuando vemos al policía entregar el informe, descubrimos que el mismo estuvo más de cuatro horas siguiendo a este joven sin hacer otra cosa más que caminar varias cuadras detrás del chico y que ese tiempo muerto de diez minutos que mostró la película es una representación ínfima de un día de trabajo mucho más tedioso.



El problema de este tedio, sin embargo, no es tanto que conforma horas y horas en la vida de este policía, sino que es un tedio lo afecta en su vida personal, lo vuelve incapacitado de comunicarse con su mujer, le hace tener conversaciones de una banalidad increíble (el colega de él hablando de consejos médics) y , finalmente, lo amansa frente al poder.
Es un amansamiento hecho no por la fuerza de una autoridad gritona, sino por mecanismo referentes a los sistemas burocráticos kafckianos, a las idas y vueltas semánticas a la hora de analizar diferentes palabras como "conciencia", "moral" y "policía" y a una vida signada por la pasividad.
Como se dice en un momento de esa película algo sobrevalorada llamada Todo o nada, no existe nada más cansador que no hacer nada. Y en cierta medida, el protagonista y sus colegas policías son gente que parecen justamente cansados de eso. Porque por más que se encarguen de tareas permanentemente, por más incluso que sus decisiones finales terminen afectando para mal la vida de un joven, sus acciones mecanizadas y ridículamente tediosas, semejan a la nada más absoluta y vuelven, a sus propios seres, tan llenos de voluntad y deseo como las paredes que muestra la película.
Esta representación de esta abulia hecha pura puesta en escena se da llegando hacia el final de la película. Allí, en un mismo cuadro y en una oficina opaca y austera el comisario charla con el policía protagonista y con un colega del mismo. Los tres se encuentran sentados en el escritorio y tomados en plano general. Entonces, el comisario le pide al colega del policía que escriba algo en el pizarrón que se encuentra a su izquierda. Cuando el colega va hacia el pizarrón a a escribir el mismo queda fuera del cuadro de la cámara, que ahora sólo enfoca al comisario y al protagonista.
Normalmente, un director haría un travelling hacia atrás para enfocar a los tres personajes en un mismo cuadro, pero Porumboiu decide dejar al que escribe en el pizarrón fuera de ese cuadro. Dicho recurso no está hecho para crear una sensación de misterio, sino para crear una sensación de desprolijidad y de desinterés, para que uno pueda sentir la ilusión del director sin ganas de correr un poco la cámara para atrás para hacer más "equilibrada" esa escena poniendo a todos los personajes en el mismo cuadro. Hay una sensación de que la fuerza del tedio y el desgano que se describe en la película ha sido transmitida a su propio realizador que, como el propio personaje de la película, se encuentra demasiado desgastado y abrumado por la monotonía para pensar racionalmente.
El espectador sabe, sin embargo, que esto es sólo una ilusión, porque en realidad Porumboiu ha tenido la fuerza de entregarnos la películas más política, furiosa y original de este año, exhibida, es verdad en triste formato en DVD pero posible de ser apreciada en todo su gracioso, terrible pero finalmente extraordinario tedio e irresistible fealdad.

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