jueves, 25 de marzo de 2010

Fechas, secretos y ojos



Particularmente, no soy demasiado entusiasta de la idea de que se considere feriado al 24 de marzo. Que se entienda. Es bueno que se recuerde cada año que hubo en la Argentina una persecución ideológica aberrante y que exista un feriado que lo conmemore. Pero la elección de la fecha es, a mi entender, un tanto inexacta o inadecuada.
Si por mi fuera, la fecha a elegirse tendría que haber sido el 30 de octubre, día histórico en el cual los militares se vieron en la obligación de llamar a las elecciones y resignarse a un gobierno democrático. Fecha en la cual, además, se nos anunciaba a los argentinos la que sería la democracia más duradera en una historia no caracterizada precisamente por democracias duraderas (recuerdo siempre la humorada del historiador inglés Eric Hobbsbawn, cuando escribió que en Latinoamérica los golpes militares, más que un acontecimiento terriblemente excepcional parecían una tradición local) y fecha en la cual los argentinos empezamos a aprender, como sociedad, que hay ciertas atrocidades que no estaríamos dispuestos ya a permitir.
Pero bueno, reconozco que, en lo que a fechas patrias respecta, suele haber siempre en la Argentina un espíritu fatalista. Después de todo, hay que recordar que acá conmemoramos los días de defunción de los próceres y no los días de su nacimiento. Cuestiones culturales que, quizás, sirvan para explicar algún comportamiento social determinado y que yo, por mi parte, preferiría no interpretar demasiado por temor a caer en el reduccionismo.
Entonces, si lo que se quiere es conmemorar la muerte y persecución de unas personas, si acaso juntarlo con la felicidad de tener hoy una República pueda sonar algo irrespetuoso, me parece que la fecha debería haberse elegido no es el 24 de marzo sino el 21 de noviembre. Conmemorando que en esa fecha, en 1973, se produjo el primer atentado de la Triple A. Organización aberrante manejada por el nefasto José López Rega que durante el gobierno de Juan Domingo Perón se encargó de perseguir de manera brutal a cuanta persona de sesgo izquierdista existía por estas tierras.
Menciono esto y me es inevitable pensar en uno de los momentos más interesantes de El Secreto de sus Ojos de Juan José Campanella, la muy reciente ganadora del Oscar a la Mejor Película Extranjera. Allí se ve, en un momento, y con una imagen alterada de Isabel Perón, como el organismo represor del estado no empezó en el 76, sino tres años antes.
Como bien indica el crítico Javier Porta Fouz en la revista El Amante, este es un cambio muy importante y políticamente muy significativo que hace Campanella a la novela original de Sacheri (la misma, llamada La pregunta de sus ojos, transcurre en plena dictadura de Videla). Una modificación al libro original hecha para cuestionar un gobierno actual que, por un lado, está obsesionado con el tema de la Memoria, pero por el otro lado también está olvidándose de una parte de la historia argentina, de una persecución ideológica que empezó antes de Videla, Massera, Viola o Galtieri, y que tiene entre sus mayores responsables el que fue el mayor error de la historia del justicialismo.
No obstante, este es uno de los pocos rasgos interesantes o diferentes que tiene la película de Campanella a la hora de retratar el tema de la última dictadura militar y la figura del represor, porque en el momento de tener que lidiar con el retrato de las fuerzas represoras, Campanella elige, como tantas otras veces se ha hecho, el estereotipo más caricaturesco y banal.
Aquí los represores o cómplices de la represión son un violador y asesino psicópata, un juez soberbio y patético y un empleado lacayo que no tiene el menor problema en mandar dos bolivianos inocentes a la cárcel para resolver un caso. Los violentos del Estado, entonces, son personajes de una maldad infinita, asociados con otras personas de una maldad infinita para hacer actos de una maldad infinita.
Quizás es por esto que a Campanella no le importa, por ejemplo, que sus héroes puedan amedrentar a una de estas personas violentas en medio de un interrogatorio aún cuando esta se encuentre sin abogado. Y que tampoco le importe a Campanella llegar a un final en el cual, mediante el silencio final del personaje de Darín, se justifica un acto de justicia y tortura por mano propia a este mismo asesino.
Esta mirada sobre el represor como un "otro", como una bestia alejada de una sociedad no es nueva. En realidad, ha sido una marca común en la historia de la representación Argentina del represor. Se vio hace poco en el retrato grotesco de los militares en Televisión por la Identidad que produjo Te Le Fe, y se vio en el cine nacional, por tirar dos ejemplos muy célebres, tanto en la nefasta La Noche de los Lápices como en el otro film argentino ganador del Oscar llamado La Historia Oficial. Películas en las que la dictadura parece un organismo aislado, una organización formada por estereotipos ambulantes incapaces de que nos identifiquen o de que sean parte de una sociedad determinada.



Por supuesto, hay excepciones, una de las más conocidas fue Un Muro de Silencio de Lita Stantic, "film contestación" a La Historia Oficial que hablaba de la participación social en la dictadura. Por otro lado, también un film como Garage Olimpo huía del estereotipo del represor, para mostrarnos un torturador que podía ser inquietantemente humano. Pero todas estas películas no fueron grandes éxitos comerciales ni fenómenos masivos importantes.
Justamente, en relación a esto, estaba viendo Memorias de un asesino, la obra maestra del surcoreano Bong-Joon Ho. Este film, milagrosamente editado en la Argentina en DVD, guarda con la Argentina El Secreto de sus ojos varios puntos de conexión. Ambas películas son policiales, ambas películas fueron éxitos comerciales gigantescos en su país de origen, ambas películas tuvieron prestigio internacional, ambas películas tienen como escenario un régimen de derecha (Corea del Sur tuvo una dictadura de derecha muy violenta en los años ochenta y noventa), ambas cuentan con un violador y asesino al que hay que atrapar y hasta en ambas películas el acto de mirar a los ojos tiene una relevancia importantísima.
La diferencia entre uno y otro film (una de las tantas) es que mientras la película Argentina es narrada desde el punto de vista de una persona que sufrió la persecución por parte de los represores de turno, el film surcoreano comete la osadía de colocarnos en los últimos años de la dictadura surcoreana, pero poniéndonos desde el punto de vista de personas que representan al organismo represor.
En este caso Memorias... está narrado desde la perspectiva de dos detectives que tienen que investigar a un asesino en serie que ataca a mujeres de un pequeño poblado. Los dos detectives representan, en una versión más humanizada y hasta a veces ridiculizada, dos modelos de detectives cinematográficos: el policía racional y lógico por un lado, y el policía "duro" e instintivo por el otro.
Pero estos dos investigadores también representan el costado más aberrante de un régimen dictatorial, porque ambos investigadores muestran, cada uno a su modo, que han incorporado la violencia como algo totalmente natural en sus vidas. El detective duro emplea la tortura para sacarle "confesiones" a los sospechosos. Mientras tanto, el lógico, sólo desaprueba metodológicamente (nunca moralmente) lo que hace el otro detective, en tanto lo considera contraproducente para llegar a ver quien es el asesino. Este mismo detective racional, de hecho, no tendrá problemas luego en aplicar la violencia cuando sus métodos racionalistas terminen siendo inútiles para atrapar al criminal.
Lo curioso de la película es que lejos de estereotipar a estos dos investigadores los pone en situaciones en las que se revelan como seres humanos. Personas con sus miedos, sus sentimientos y sus códigos de honor, con su amor por la familia y sus amistades. Si hay una sensación que da Memorias... es que estos mismos detectives represores pueden ser cualquier hijo de vecino, y que su obrar violento no es sentido por ellos como algo necesariamente malvado sino como parte de una lógica represiva estatal.
Es inquietante ver esto porque, justamente, lo que el film propone es no pensar a la violencia como algo propio de psicópatas fácilmente identificables, sino como algo que puede salir de cualquier persona con códigos y afectos personales y algo que puede, incluso, naturalizase perfectamente en una sociedad que ha aceptado esta violencia como parte del sistema.
De esta manera la visión de Ho es, decididamente, mucho más terrible e inquietante que la que puede tener Campanella en El Secreto de sus Ojos, porque en esta posibilidad de ver al represor no como un "otro" sino como una persona más, persona que simplemente obra con violencia porque lo siente algo común y silvestre, puede existir en el espectador la idea de que esta coerción puede esconderse en cualquier lado y disfrazarse de cualquier ideología. Una violencia que puede terminar siendo aceptada incluso, inesperadamente, por una persona como nosotros.
Por eso es tremendamente significativa la figura del mirar a los ojos tanto en un film como en otro. En la película de Campanella se sostiene que existe una mirada determinada de asesino, una forma de descubrir a una persona malvada mediante la forma que tiene de mirar (ver sino como se descubre que una persona es un violador y asesino por el sólo hecho de mirar con deseo un escote). En Memorias..., en cambio, el policía duro termina descubriendo, con horror, que mirar a los ojos no sirve para descubrir un culpable, que no existen miradas o estereotipos determinados que identifique un psicópata. Que el mal, en suma, puede venir en cualquier envase y que no existe apariencia, ni forma de vida, ni afectos, ni ideología, ni códigos, que nos garanticen la inocencia o la distancia respecto de la más brutal de las violencias.
La ficción popular argentina aún no ha entregado un Memorias de un asesino, y aún a más de tres décadas de la más sangrienta de nuestras dictaduras, los represores siguen siendo mirados de manera lejana y extraña, en la más tranquilizadora máscara del estereotipo.

Hernán Schelll

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